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Cuba Libre

Cuba Libre

Por Jeudiel Martinez, no Facebook (13/07/2021)

Tradução para o português ao final

No es extraño que desde la izquierda digan que los cubanos que protestan están manipulados. La izquierda, sea aquella del primer mundo, sea la inmunda clase media de izquierda latinoamericana, siempre ha creído que conoce países como Cuba y Venezuela mejor de lo que su gente los conoce: entonces, ellos tienen que saber mejor que los cubanos que es lo que les conviene, niños eternos los cubanos son manipulables a diferencia del izquierdista, modelo de la iluminación.

El sobresalto se entiende facil: para esa izquierda (que no es más que una provincia de la clase media universitaria, sus privilegios, sus ventajas y sus prejuicios) la sacudida en Cuba es la de una de sus creencias fundamentales.

El Castrismo fue pionero en diseñar una experiencia turístico-cultural en la cual un extranjero con poco o ningún conocimiento del país – al estilo de Beauvoir y Sartre – podía juzgarse experto en un país que no conoce, en una vida que no vive, de un idioma que no habla: no es cuestión de identidad, sino de experiencia, y el castrismo, como ningún otro régimen, consiguió fundamentar la política desde una experiencia turística y sentimental que apagó la de los que viven, día tras día, en Cuba: que la decadencia, la ruina y el óxido de las ciudades cubanas sea fascinante para la clase media de izquierda muestra toda la diferencia entre quien vive en una casa en ruinas y quien le toma fotos. Desde la ridícula, increíble, infantil, cursilería de la trova cubana a las visitas guiadas y el esnobismo de los intelectuales, la estabilidad de Cuba, en medio del bloqueo, estuvo asociada a la creación de un parque temático en la que el cubano común queda en la misma posición servil que los anfitriones de la serie Westworld: tiene algo de extraño que los snobs de nueva york, Santiago o París crean que alguien ha hackeado sus androides?

Por tanto, es deber de los cubanos soportar lo que nadie más soportaría: tienen que vivir en ciudades decaídas y oxidadas, manejar carros viejos o colgar de “guaguas” llenas de gente, no pueden criticar al gobierno, no pueden fundar un sindicato, no puede elegir entre dos partidos distintos en una elección, están condenados a ser fieles y obedecer no sólo en beneficio de la nomenklatura que de hecho canceló la revolución para apropiarse del país sino en nombre de la izquierda internacional para la cual la islita valiente, doble de la Utopía de Tomas Moro, es el eje de la existencia.

Intelectualmente la función de Cuba es mantener la fe en una forma de gobierno que ni funciona ni tiene justificación: incluso Vietnam y China, que mantienen el régimen de partido único, se han alejado del estalinismo de viejo estilo que Castro mezcló tan bien con militarismo y caudillismo latinoamericanos, híbrido que ha arrastrado su fracaso por décadas, incapaz, pese a todos los esfuerzos, de emprender las complejas reformas que le habrían hecho falta para modernizarse, fijos en un camino más parecido al de Corea del Norte donde la incapacidad de cambiar y el apego al pasado sirven de orientación y de brújula.

El castrismo precisamente por eso, por neoarcaico, despierta la nostalgia de la izquierda realmente existente y, a la vez, revela su carácter totalitario: finalmente lo que llamamos “izquierda” no es el resultado de las grandes movimientos revolucionarios del siglo pasado sino la herencia de los partidos y los gobiernos que liquidaron esos movimientos y esas luchas: la izquierda no viene de rebeldes y creadores sino de los juicios de Moscú, de las burocracias partidarias, del Gulag, de las sectas fanáticas, los grupusculos universitarios, los intelectuales petulantes, los manuales y los amados líderes: su religión es un gobierno absoluto personificado en un líder incuestionable más allá de la necesidad de demostrar que representa a nadie o que sirve otra cosa que sus propios fines. La simpatía por Putin y la teocracia iraní ya demuestra el carácter de la izquierda pero hay que recordar que, en el “adn” de esa cultura está el castrismo: el marxismo más raro del mundo que no habla de proletariado o clase obrera sino de “pueblo” en los mismos términos que Franco y Mussolini, y contrabandeo las ideas autoritarias más tradicionales bajo el pretexto de ser “anti-imperialistas”: hay militarismo más agresivo, más opresivo y orwelliano que el “comandantismo” cubano que reduce a todos los cubanos a soldados obedientes en una guerra eterna?. El falansterio tropical cubano, con sus fiestas, sus turistas y sus intelectuales aduladores, siempre fue la imagen más seductora del totalitarismo.

Aunque fundamentalmente emotivo, el apego con Cuba se justifica en el bloqueo (que no explica que se hayan usurpado las libertades básicas de los cubanos) en el sistema médico (altamente mitificado y cuyo fracaso frente al Covid parece ser un detonante de las protestas) y esencialmente en la idea de que hay una extraña singularidad que justifica que los cubanos no puedan tener libertades que la izquierda sifrina de Paris, Nueva York o Buenos Aires no aceptaría perder.

Para la izquierda – la mayoritaria, la predominante, la que marca la pauta, no esas astillas de disidencia por las cuales gente ingenua pero bien intencionada quiere creer en la “diversidad” – los cubanos son extras, objetos sexuales, objetos estéticos, empleados, cuya función es llevarles mojitos y decir “patria o muerte, patroncito”, androides de confort condenados a vivir una vida que ellos nunca vivirían. Pero de hecho los cubanos son gente como nosotros: tienen derecho a decidir qué partido los gobierna (porque incluso cuando las opciones son miserables el hecho de elegir afirma que nadie es dueño del estado y que la gente común tiene la última palabra) tienen derecho a crear un sindicato e ir a huelga, a protestar en la calle, a escribir en periódicos, a denunciar al estado en un tribunal, a confrontar a la policía sin ser asesinados a vivir en ciudades limpias con servicios públicos decentes, porque todas esas libertades (que la izquierda llama burguesas pero no aceptaría perder) definen nuestra dignidad y nuestra calidad de vida y sin ellas no es posible pensar en libertades superiores o más profundas: la democracia no se expresa en el asambleismo y la habladera de mierda, que tanto ama la izquierda, y no del todo en el voto, que simplemente limita el poder de los partidos, sino en la capacidad de gobernar a los que nos gobiernan imponiéndoles una dirección y un horizonte.

Y así, los cubanos no están haciendo nada distinto de lo que estaban haciendo los colombianos hace pocos días o los ecuatorianos y chilenos hace algunos meses: si democracia todavía significa algo, es esa capacidad constituyente de sacudir los poderes establecidos, de crear desde el común, un horizonte nuevo para la vida. Olvidemos las ilusiones de que Cuba sea menos capitalista o menos desigual que cualquier otro país del continente: no estaba Fidel tomando ron y pescando marlines con García Márquez – y algún otro jalabola profesional – mientras los cubanos padecían el Periodo Especial?

Dejemos de pensar que la miserable política de los EEUU justifica los Actos de Repudio y los campos de concentración: todos sabemos que un régimen como el que hay en Cuba no se justifica en nada y los cubanos no tienen porque soportarlo: no sabemos que pasara en el futuro, y no hay razones para creer que el castrismo vaya caer de un día para otro, pero lo que ha ocurrido en estos días es irreversible y deberíamos alegrarnos por ello: no hay ninguna libertad que reclamemos para nosotros mismos a la que los cubanos no tengan derecho y no hay justificación alguna para quienes se las han robado.

Cuba livre

Tradução Moitará

Não é estranho que a esquerda diga que os cubanos que protestam são manipulados. A esquerda, seja do primeiro mundo, seja a imunda classe média da esquerda latino-americana, sempre acreditou que conhece países como Cuba e Venezuela melhor do que seu povo: então, eles devem saber mais que os cubanos o que lhes convém; crianças eternas, os cubanos são manipuláveis ​​ao contrário do esquerdista, um modelo de esclarecimento.

O choque é fácil de compreender: para essa esquerda (que nada mais é do que uma província da classe média universitária, com seus privilégios, suas vantagens e seus preconceitos) a convulsão em Cuba faz tremer uma de suas crenças fundamentais.

O Castrismo foi o pioneiro arquitetar uma experiência turístico-cultural em que um estrangeiro com pouco ou nenhum conhecimento do país – ao estilo de Beauvoir e Sartre – pudesse julgar-se um especialista em uma terra que não conhece, em uma vida que não vive, com uma língua que não fala: não se trata de identidade, mas de experiência, e o castrismo, como nenhum outro regime, conseguiu basear a política numa experiência turística e sentimental que extinguiu a experiência dos que vivem, dia após dia, em Cuba: o fato da decadência, da ruína e da ferrugem das cidades cubanas fascinarem a classe média de esquerda mostra toda a diferença entre quem vive em uma casa em ruínas e quem a fotografa. Da ridícula, incrível, infantil, kitsch trova cubana às visitas guiadas e ao esnobismo dos intelectuais, a estabilidade de Cuba, em meio ao bloqueio, esteve associada à criação de um parque temático em que o cubano comum permanece na mesma posição servil dos anfitriões da série Westworld: não é estranho, portanto, que os esnobes de Nova York, Santiago ou Paris acreditem que alguém hackeou seus andróides!

Portanto, é dever dos cubanos suportar o que ninguém mais suportaria: eles têm que viver em cidades decadentes e enferrujadas, dirigir carros velhos ou se pendurar no busão cheio de gente. Não podem criticar o governo, não podem fundar um sindicato, não podem escolher entre dois partidos distintos em uma eleição, estão condenados a serem fiéis e a obedecerem não só em benefício da nomenklatura que de fato cancelou a revolução para dominar o país, mas em nome da esquerda internacional por que a Brava Ilhota, tal qual a Utopia de Tomas Moro, é o eixo da existência.

Intelectualmente, o papel de Cuba é manter a fé em uma forma de governo que não funciona nem se justifica: até o Vietnã e a China, que mantêm o regime de partido único, se afastaram do stalinismo antigo que Castro misturou tão bem com o militarismo e o caudilhismo latino-americano, um híbrido que arrastou seu fracasso por décadas, incapaz, apesar de todos os esforços, de empreender as complexas reformas que seriam necessárias para se modernizar, iniciou um caminho mais semelhante ao da Coréia do Norte onde a incapacidade de mudar e o apego ao passado servem como guia e bússola.

O castrismo justamente por isso, por ser neoarcaico, desperta a nostalgia da esquerda realmente existente e, ao mesmo tempo, revela seu caráter totalitário: enfim, o que chamamos de “esquerda” não é fruto dos grandes movimentos revolucionários do século passado, mas a herança dos partidos e governos que liquidaram esses movimentos e essas lutas: a esquerda não vem de rebeldes e criadores, mas dos julgamentos de Moscou, burocracias partidárias, o Gulag, seitas fanáticas, intelectuais petulantes, os manuais e os dirigentes amados: sua religião é o governo absoluto personificado em um líder indiscutível, além da necessidade de mostrar que representa alguém ou serve a outra coisa que não a seus próprios fins. A simpatia por Putin e pela teocracia iraniana já mostra o caráter de esquerda, mas é preciso lembrar que, no “DNA” dessa cultura está o castrismo: o mais raro marxismo do mundo – que não fala do proletariado ou da classe trabalhadora mas de “povo” nos mesmos termos de Franco e Mussolini – que contrabandeiam as ideias autoritárias mais tradicionais sob o pretexto de serem “antiimperialistas”: há militarismo mais agressivo, mais opressor e orwelliano do que o “comandantismo” cubano que reduz todos cubanos a soldados obedientes em uma guerra eterna? O falanstério tropical cubano, com suas festas, turistas e intelectuais bajuladores, sempre foi a imagem mais sedutora do totalitarismo.

Embora fundamentalmente emocional, o apego a Cuba se justifica no bloqueio (o que não explica que as liberdades fundamentais dos cubanos tenham sido usurpadas), no sistema médico (altamente mitificado e cujo fracasso diante de Covid parece ser o estopim dos protestos) e essencialmente na ideia de que há uma estranha singularidade que justifica que os cubanos não possam ter liberdades que a esquerda elitista de Paris, Nova York ou Buenos Aires não aceitaria perder.

Para a esquerda – a maioria, a predominante, aquela que dá o tom, não aquelas lascas de dissidência pelas quais os ingênuos, mas bem-intencionados querem acreditar na “diversidade” – os cubanos são figurantes, objetos sexuais, objetos estéticos, empregados, cuja função é trazer-lhes mojitos e dizer “pátria ou morte, patroncito“, androides de estimação condenados a viver uma vida que nunca viveriam. Mas na verdade os cubanos são gente como nós: têm o direito de decidir qual o partido os governa (porque mesmo quando as opções são miseráveis, o fato de escolher afirma que ninguém é dono do Estado e que o cidadão comum tem a última palavra), têm o direito de formar sindicato e fazer greve, de protestar na rua, de escrever nos jornais, de denunciar o estado no tribunal, de enfrentar a polícia sem ser morto, de viver em cidades limpas com serviços públicos decentes, porque tudo isso, as liberdades, (que a esquerda chama de burguesas mas não aceitaria perder) definem a nossa dignidade e a nossa qualidade de vida e sem elas não é possível pensar em liberdades mais elevadas ou mais profundas: a democracia não se expressa no parlamentarismo e na tagarelice de merda, que a esquerda tanto ama, tampouco se expressa inteiramente no voto, que simplesmente limita o poder dos partidos, mas na capacidade de governar quem nos governa impondo uma direção e um horizonte.

E assim, os cubanos não fazem nada diferente do que faziam os colombianos há poucos dias ou os equatorianos e os chilenos há poucos meses: se a democracia ainda significa alguma coisa, é aquela capacidade constituinte de abalar os poderes instituídos, de criar a partir do comum, um novo horizonte de vida. Esqueçamos as ilusões de que Cuba é menos capitalista ou menos desigual que qualquer outro país do continente: Fidel não bebia cachaça e pescava marlim com García Márquez -e algum outro puxa-saco profissional- enquanto os cubanos sofriam o Período Especial?

Deixemos de pensar que a miserável política estadunidense justifica os Atos de Repúdio e os campos de concentração: todos sabem que um regime como o de Cuba não se justifica de forma alguma e os cubanos não têm que suportá-lo: não sabemos o que vai acontecer no futuro, e não há razão para acreditar que o castrismo cairá de um dia para o outro, mas o que aconteceu nestes dias é irreversível e devemos nos alegrar por isso: não há liberdade que reivindiquemos para nós a que os cubanos não têm direito e não há justificativa para quem os roubou.

Sobre os democratas liberais radicais

Raizes ancestrais da tirania